Del “Cartucho” al área de sistemas del IDIPRON

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En 1991, en un hospital de Bogotá, nació el segundo de los cuatro hijos de una familia muy particular. Su nombre es Arnold, un niño criado en lo que fue "El Cartucho” en el centro de Bogotá.& Sus padres eran dos importantes personajes del sector, líderes de esta calle, ubicada en el Barrio Santa Inés de la localidad de Santa Fe.
De su papá se sabe que se vino de Medellín a la Capital a estudiar Derecho en la Universidad del Rosario. Todo iba muy bien, hasta que empezó a “juntarse” con malas amistades que lo llevaron al consumo de la marihuana y a querer probar e ir por más drogas alucinógenas a la famosa calle del “Cartucho”. Fue allí donde conoció gente, comenzó a apropiarse del sector y se volvió uno de los cabecillas más importantes del lugar; se había graduado de derecho en la Universidad pero jamás ejerció la carrera.
Su mamá, una joven atrapada en el mundo de las drogas, hija de los dueños de la empresa de taxis de esa época, iba constantemente al “Cartucho” por bazuco y allí conoció a quien sería su esposo y papá de Arnold.
Una tarde en 1994, en una riña por el dinero de una apuesta, el papá de Arnold fue baleado por tres hombres y luego de esto su mamá desapareció de la faz de la tierra. La última vez que la vieron, fue deambulando en las calles del "Cartucho”.
Arnold, de apenas tres años, quedó huérfano con sus otros hermanos. La señora que cuidaba de ellos no podía hacerse cargo y no le quedó más remedio que llamar al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF.
Pasaron 5 años, y Arnold, de 8 años, no aguantó más y se escapó del ICBF con su hermano mayor.
“Recuerdo como si fuese ayer la primera noche que pasé en la calle. Fue muy duro, el frío del pavimento y el hambre es otra cosa”, contó Arnold.
Robaban comida para poder sobrevivir. Iban a las panaderías y pedían pan, queso, leche y salían corriendo para después comer en alguna esquina o parque de la ciudad.
Así duraron un año, hasta algunos familiares los encontraron y les brindaron un hogar. Su hermano mayor se fue con un tío y Arnold con una prima. Tenía de todo: Play Station, cuarto para él solo y asistía a un colegio muy elegante “hasta en corbatica”, recuerda. Pero como dice el refrán “la buena vida cansa y la mala amansa”, y Arnold, que lo tenía todo lo material pero que le faltaban el afecto y el amor por parte de sus familiares decide “volarse” de la casa de su prima y vuelve a la calle, pero la dicha no le duró mucho. Lo encontraron y lo llevaron para la casa de su abuela paterna. Arnold, se sentía feliz estando con ella, pues no eran muchos los lujos que le daban pero el amor era desbordado. Se sentía pleno y acompañado. Recuerda que ella le enseñó a cocinar, que dormía con ella y también, le contaba todo sobre su papá.
Un día, Arnold y su abuelita estaban hablando en la sala de la casa, cuando ella se le desplomó en los brazos; su abuelita había muerto. Fue un golpe muy duro para él, pues era la única persona con la que contaba en el momento. La vida le dejó de sonreír y le tocó volver a la calle, tenía 12 años.
Se enteró, por cosas del destino, que su hermano mayor se había escapado de la casa de su tío y se internó en el “Cartucho”, episodio que lo hizo reflexionar y tomar la decisión de no vivir más en la calle.
Durante los siguientes 5 años, Arnold hurtaba para sobrevivir, pero no robaba comida; esta vez comenzó a delinquir quitando celulares, portátiles y toda clase de objetos de valor. Su “modus operandi” tenía como base tres modalidades: robar con cuchillo, el psicológico o el cosquilleo. Lo hacía en las zonas del centro, por toda la calle 80, Patio Bonito y el sector de los Héroes de Bogotá.
Asaltando a los transeúntes podía obtener diariamente de dos a tres millones de pesos, pero esos recursos no le alcanzaban, pues llevaba una vida muy desordenada. Consumía Marihuana, Éxtasis, Perico y alcohol casi todos los días y aparte de esto, tenía que comprar de comer y pagar la habitación del hotel ubicada en el barrio San Bernardo en el centro de la ciudad.
A los 17 años, Arnold fue reclutado por el Ejército Nacional de Colombia, allí duró dos años. Todos los días daba problemas: peleaba, no hacía caso a los comandantes, se les enfrentaba y eso hizo difícil los permisos que daban de un mes.
Un coronel lo apreciaba, veía en él potencial. Lo llamaba a la oficina, le daba consejos y uno que otro dulce. Le facilitó permisos de salidas siempre y cuando él cambiara su actitud y Arnold acató las órdenes.
Pasaron algunos meses en los que creía que la vida le estaba dando una segunda oportunidad, hasta que a la oficina del Coronel, llegó una Notificación de la Fiscalía en la que decía que Arnold tenía orden de captura. ¿Por qué?, por todos los hurtos que había cometido en los años anteriores.
Sin embargo, no lo dejaron ir sin antes darle otra oportunidad, para que se rehabilitara. Luego de cumplir con todos sus deberes de soldado, los delitos por hurto fueron condonados y su nombre quedó “limpio” ante la sociedad.
Arnold, ya con 21 años recién cumplidos, volvió con más fuerza a Bogotá, pero esta vez como una persona pujante con ganas de salir adelante; trabajaba lavando carros, lustrando zapatos y también se apoyaba económicamente de su familia. No dejó el vicio. Consumía “una que otra pepa” como dice él, pero jamás volvió a robar.
A los 24 años, decidió darle un giro de 180 grados a su vida ingresando al Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud –IDIPRON. Terminó los grados décimo y once de bachillerato en la Unidad de Protección Integral –UPI, Perdomo; después continuó con los talleres que ofrece el Instituto. Allí aprendió todo lo que tiene que ver con la tecnología y comenzó a estudiar en el Servicio Nacional de Aprendizaje –SENA, un programa para ser técnico en sistemas. Logró una beca en el Colegio Mayor de Cundinamarca para estudiar un semestre de Marketing.
Hoy en día está haciendo las prácticas del técnico en el IDIPRON vinculado al área de sistemas. Es apreciado por todos los funcionarios, funcionarias y contratistas, y todos los días se le ve saludando a su “Pluma”, Carlos Marín, director del Instituto.
Se espera que en los próximos días, se gradúe como Técnico de Sistemas en el SENA y que pueda continuar vinculado al IDIPRON.